Podría vivir eternamente en Marbella
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Este año decidí coger unos días de descanso en septiembre, un mes que me encanta para veranear pero que, por circunstancias de la vida, nunca antes lo había elegido para irme de vacaciones.
Tengo por costumbre ir una vez al año a Marbella, al menos una. Y este año lo hice en mis vacaciones.
Para mí es cita obligada ir a comer al Paseo Marítimo, concretamente al restaurante de mi amigo Santiago Domínguez, quien este año el Ministerio le concede la Medalla al mérito del Trabajo. El Restaurante Santiago es uno de los restaurantes más importantes de la milla de oro. Por aquí han desfilado infinidad de famosos, premios nobel de literatura, presidentes y ministros de los gobiernos del mundo, todos con un largo etcétera de nacionalidades distintas.
Santiago es ante todo un caballero de los que ya no quedan. Su negocio funciona precisamente por eso, por tener por costumbre hacer las cosas bien y con clase. Adora su trabajo y siente un profundo respeto por sus clientes; la mayoría de ellos ya se convirtieron en amigos.
Pues cada vez que me siento a su mesa, me dejo aconsejar por Santiago. Es más, ni siquiera miro la carta. Santiago me acompaña a la mesa, se asegura de que tengo las mejores vistas al mar y me invita a olvidarme de todo por un buen rato. Santiago sabe lo que me gusta y es el quien me pone los entrantes, quien selecciona mi primer plato, quien adivina lo que me apetece de segundo y lo caprichosa que soy con el postre. Todo ello siempre acompañado de un buen oloroso de Jerez en el aperitivo y un buen vino para la comida. La sobremesa del café siempre es un placer compartirla con el y aprovecharla para hablar con quien ya considero uno de los grandes genios de este país en su gremio.
Y esto es lo que hace que una quiera volver siempre: que la comida sea excelente, el trato inmejorable y el servicio exquisito. Cuando encuentro restaurantes que cumplen estas tres reglas, no sólo se ganan mi simpatía sino también todos mis respetos.
Huir de la mentira gastronómica y de estrellas que no existen ni en el cielo es lo más recomendable dados los tiempos que corren. La cocina de toda la vida, las formas que no deben perderse, la sempiterna sonrisa y el sentido común empresarial, es lo que hace posible que un negocio funcione.
Grande Santiago. Que Dios te bendiga.